De la sabiduría en la vejez
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesDe la lectura de las consideraciones que siguen podría extraerse la conclusión de que la sabiduría en la vejez está solo al alcance de quienes pueden ela borarla a través de procesos reflexivos explícitos y complejos, que suponen en general cierto nivel de formación académica. Éstos, por supuesto, están presentes en un sector de personas mayores que tratan de cultivarla. Pero vivir esa sabiduría -lo que importa- desborda am pliamente a este sector. Incluye también a quienes la van alimentando con reflexiones vitales no expresamente planteadas, no estructuradas y cuasi espontáneas en torno a lo que van viviendo, que están arraigadas en una especie de intuición psico-moral certera para avanzar, con la edad, en la maduración de la experiencia personal y de la percepción de la realidad; lo que, evidentemente, se traduce en las conductas correspondientes. El testimonio de personas mayores de todo tipo y condición, que todos conocemos, está ahí para probarlo y mostrarlo. Estas líneas pretenden dar, sin ánimo de exhaustividad y desde el reconocimiento de la plura lidad de enfoques, una trabazón argumental, una motivación e incluso una orientación a tan amplia realidad, vivida en la mayor diversidad por muchas personas mayores.

			De la lectura de las consideraciones que siguen podría extraerse la conclusión, por el modo como se expresan, de que la sabiduría en la vejez está solo al alcance de quienes pueden ela borarla a través de procesos reflexivos explícitos y complejos, que suponen en general cierto nivel de formación académica. Éstos, por supuesto, están presentes en un sector de personas mayores que tratan de cultivarla. Pero vivir esa sabiduría -lo que importa- desborda am pliamente a este sector. Incluye también a quienes la van alimentando con reflexiones vitales no expresamente planteadas, no estructuradas y cuasi espontáneas en torno a lo que van viviendo, que están arraigadas en una especie de intuición psico-moral certera para avanzar, con la edad, en la maduración de la experiencia personal y de la percepción de la realidad; lo que, evidentemente, se traduce en las conductas correspondientes. El testimonio de personas mayores de todo tipo y condición, que todos conocemos, está ahí para probarlo y mostrarlo. Estas líneas pretenden dar, sin ánimo de exhaustividad y desde el reconocimiento de la plura lidad de enfoques, una trabazón argumental, una motivación e incluso una orientación a tan amplia realidad, vivida en la mayor diversidad por muchas personas mayores.

		

				 1. Consideraré aquí la sabiduría como el saber vivenciado. Esto es, saber que va cuajándose a partir de la experiencia vital personal en sus múltiples dimensiones, que se interioriza con procesos meditativos, que afecta a la persona en su integralidad, que se proyecta hacia las nuevas experiencias en forma de motivación y orientación, que se retroalimenta con ellas. Saber, por tanto, singularizadamente encarnado, también en lo que puede tener en común con otras personas, reposado, pero no estancado, a través del tiempo del vivir propio. 2. Implica saberes cognitivos, afectivos y prácticos respecto a la realidad y presupone reflexión al menos implícita (ésa que acontece cuando no hay clara consciencia de ella en quien la hace). Pero no se focaliza en ellos, y su contenido tiene que ver decisivamente con el sentido y con la bondad. 3. Saber singularizado, pues, pero no saber cerrado, saber comunicable a través de un diálogo en el que se ofrece como apoyo para personalizaciones de otros y en el que está abierto siempre a aprender, a reconfigurarse. Pues allá donde hay dogmatismo, también en la vejez, la sabiduría desaparece. 4. Una sabiduría así no cuaja cuando faltan en el sujeto las actitudes vitales que la hacen posible, y que consideraré al aplicarla a la vejez. Hay a este respecto una circularidad virtuosa: gracias a esas actitudes nos adentramos en dicha manera de saber, y ésta, a su vez, se plasma decisivamente en ellas, que pasan a mostrarse modos de ser de la persona. Se acla rará mejor esto cuando describa las actitudes en cuestión. 5. Esta sabiduría entra en crisis, se sumerge en la perplejidad, cuando a la persona se le resiste una integración así de sus experiencias, ya sea ante una realidad que le impacta des bordándola, ya sea ante la fragilización constatada de sus capacidades. Tal crisis no es enton ces meramente cognitiva, es existencial.

					

			

				 1. Si la sabiduría aquí considerada es saber de experiencia de algún modo 2. La sabiduría, necesa ria en toda edad -implicando los correspondientes acomodos a las características propias de cada una de ellas-, se hace 3. Desde el punto de vista del sujeto, la sabiduría se construye, por un lado, a partir de sus experiencias pasadas -que le han incitado a aprender- y, por otro, a partir de las experiencias presentes -en las que testimonia ese aprendizaje- con su orientación al futuro -en el que prueba su fecundidad-. • Respecto a la primera vertiente, la sabiduría de la vejez tiene mucho de • En cuanto a la segunda vertiente, la sabiduría de la vejez es meditación a partir de la asunción del rasgo que define con más propiedad a esta edad, el • Volviendo a la primera vertiente, la que mira al pasado, la sabiduría de la persona mayor en gestación y ejercicio puede encontrarse con el hecho de que hay aspectos relevantes y a veces sostenidos de ella que no le gustan, que 4. El decrecimiento en capacidades propio de la vejez acarrea • Han estado precedidas de independencias disfrutadas, de las que nos vemos privados (dinámica contrapuesta a la de la infancia). Esto es, primariamente son una frustración que impacta a lo que es en sí la vida humana en su final, que se convierte en reto para la sabiduría. • Si limitan nuestras capacidades de realizar lo que decidimos, pero no de tomar la decisión (por ejemplo, la de disfrutar de una estancia en un lugar al que no podemos trasladarnos por nosotros mismos), nuestra libertad puede gestionarlas, pero únicamente si las ayudas que recibimos de otros son las adecuadas; esto es, si son apoyos, en el respeto, para el ejercicio de esa libertad. Aunque, incluso entonces, la situación nos reclama encontrar dinamismos personales de aceptación de nuestra dependencia y horizontes de sentido ante esa realidad, dinamismos que expresen y acrecienten nuestra 'sabiduría de la vejez'. • Al disminuir nuestro poder ante quienes dependemos, al aumentar el poder de estos sobre nosotros, emerge la amenaza de que podamos experimentar forzadamente la dependencia como dominación que sufrimos de los agentes que la atienden, personales o institucionales. Dominación a veces cruda y a veces más oculta, en ocasiones, incluso, bienintencionada; pero en todo caso dominación, aspecto que no debe ser ocultado por otras distinciones que se imponen para ser honestos con el otro. En estos casos, la sabiduría de las actitudes y del sentido en la persona mayor, debe hacerse también sabiduría de la justicia que se enfrenta a potenciales maltratos intencionales o a no buenos tratos, expresados con acciones, pero también con omisiones, por ejemplo, en forma de abandono en una soledad no querida. Como sabemos, éste no es un fenómeno extraño para un sector significativo de personas mayores. Fenómeno que reta a la dimensión de indignación moral inserta en su sabiduría. • La relevancia de esta dominación sufrida no debe hacer olvidar la dominación ejercida por la persona mayor, ya sea la apoyada en el poder del que dispone, por ejemplo, económico, ya sea la realizada a través del chantaje emocional o moral: te maltrato a ti porque sé que serás psíquica o moralmente incapaz de usar tu poder contra mí. Con esto apunto al anciano que se convierte en déspota de quienes le sirven, que vuelca en ellos su frustración por su dependencia. Evidentemente, en una persona así la sabiduría se esfuma, todo lo que puede tener de ella queda contagiado por tal proceder. Esto nos recuerda que es condición de posibilidad de cualquier sabiduría que merezca el nombre de tal, su no contaminación por conductas injustas. 5. Experimentar el decrecimiento con procesos contrapuestamente crecientes de dependencia y con horizonte de mortalidad, implica en sí 6. Todo lo considerado en torno al decrecimiento y la dependencia en la vejez conlleva la vivencia de una relación especialmente intensa, en buena medida específica, con nuestra Pues bien, es en esta corporalidad fragilizada y dependiente donde se nos revela decisivamente la corporalidad que somos: soy ese cuerpo herido, no es un extraño a mí, como pretenden ciertas antropologías, no soy sin él. Constatarlo puede conllevar una experiencia amarga que, además, amenaza con no ser puntual sino acrecentadamente sostenida. Toca por eso, de manera especial, trabajarla para que sea fuente y campo de sabiduría, sabiduría de la corporalidad humana que, hecha única en cada uno de nosotros con sus avatares específicos, nos constituye. Sabiduría que, en su dimensión preventiva, es contención eficaz de la desesperanza y de la depresión, a la vez que acogida realista de las posibilidades que se mantienen, y, en su dimensión positiva, es agradecimiento por las capacidades que han sido y las que continúan, entrelazado con ternura por nuestra corporalidad ante las fragilidades que se resienten, que resentimos. Sabiduría, también, que es consciencia de que, obedeciendo al cuerpo, nos obedecemos a nosotros mismos, pues no es un 7. Los referentes que interpelan a la sabiduría en la vejez, destacados hasta ahora, pueden ser percibidos como generadores de un dominante 8. En las sociedades tradicionales, en las que los cambios eran lentos y poco perceptibles en el breve período de una vida humana, las personas mayores aportaban a su entorno -todas- y a la sociedad -las más destacadas- los saberes tradicionales (cognitivos y técnicos), y -se esperaba- la sabiduría, con sus conexiones entre ellos. • En nuestra actual cultura del cambio, la rapidez e incluso la inmediatez entre lo proyectado y lo realizado, reflejada en la tecnología informática, ser mayor se identifica (y con frecuencia así sucede, pues aquí la edad no ayuda) con ser desadaptado: sólo algunos, excepcionalmente, siguen aportando en esos niveles. ¿Puede, en compensación, aportarse sabiduría, esa sabiduría modulada expresamente por la reflexión y la experiencia acumulada? No parece que en nuestra cultura sea especialmente valorada. Con todo, es importante que la discreta disposición a ofrecerla en humildad -en la consciencia de los propios límites y de la inclinación conservadora que tiende a adherirse a la edad-, siempre unida a la disposición a recibir y a dialogar, • Estas dificultades que la persona mayor puede encontrar, no sólo no deben desalentar el cultivo personal de la sabiduría, deben ser ocasión y estímulo para practicarla y desarrollarla confrontándose honestamente con ellas. Además, hacen que, a nivel personal, esa sabiduría resulte aún más necesaria para el vivir sereno y pleno. 9. Advertí al comenzar, que los años favorecen la sabiduría aquí considerada, pero que no la garantizan. Ser mayor no es automáticamente equivalente a • Las dificultades se sitúan a veces externamente al anciano o anciana, en las condiciones socio-económicas de pobreza, marginación o explotación que ha vivido y vive, en las dominaciones que ha sufrido y sufre, en las discriminaciones padecidas por razón de género, etnia u otras. Volvemos aquí a toparnos con la conexión entre sabiduría y justicia. A veces es tan fuerte la capacidad de la persona para sobreponerse, que su sabiduría emerge confrontada con esa realidad. Pero otras veces, es agostada por ella: no sólo sufre entonces carencias materiales graves, también carencias psíquicas y de sentido. • En otras ocasiones, las dificultades están en la persona mayor, pero sin que quepa asignársele responsabilidad, como puede ser el caso de una enfermedad mental que adviene tempranamente. Para la circunstancia en la que adviene tardíamente, ya he hecho antes un comentario al que me remito. • Por último, los bloqueos a la sabiduría en la vejez pueden achacarse a la responsabilidad de la persona mayor. Es lo que sucede cuando la última etapa de nuestra vida la afrontamos de tal modo que damos pábulo a lo peor de nosotros mismos. Piénsese, por ejemplo, en quien, como ya adelanté, aprovechando que puede, a través de mecanismos de autoridad o económicos o afectivos, se muestra exigentemente inmisericorde con quienes le atienden. 10. La sabiduría se hace lúcida y positivamente cargo de nuestra condición de humanidad de forma vivencial y no teórica, en y desde uno mismo. Nos muestra que somos, ciertamente, seres de capacidades. Pero nos muestra igualmente que somos, a la vez y siempre, seres dependientes y vulnerables. Lo que varía con la edad y las circunstancias vitales es la combinación de esos tres rasgos que nos definen. La vejez es una etapa privilegiada para percibir experiencialmente esta condición nuestra, como acabamos de ver en las consideraciones precedentes. Pero la sabiduría avanza más. Que seamos así supone que somos primariamente seres receptivos: de las otras personas y del resto de la realidad, que nos impactan y nos donan de múltiples y complejas maneras. Nos construimos sólo gracias a esas recepciones. Por supuesto, también, a las respuestas que, implicando a nuestras capacidades, damos a ellas. Respuestas que toman su motivación y orientación primaria de las recepciones. Dicho sintéticamente, somos seres de receptividades y responsividades a ellas. El individuo que se pretende autónomo y autosuficiente, no debe ignorarlo. Tiene que ser consciente, además, de que ese trasfondo de limitación ineludible marca a la vez el trasfondo de la solidaridad necesaria. De nuevo, la sabiduría de la vejez es totalmente lúcida respecto a esta realidad, aunque no necesariamente la nombre así.

					

			

								

						

								

						

								

						

								

						
La sabiduría se materializa en contenidos que, en sus temáticas, son comunes en cualquier edad. Lo propio de la sabiduría en la vejez es que son concretados, contextualizados y expresados en/desde ella, por supuesto, con capacidad de proyectarse más allá de ella y de las realidades sociales en las que es vivida. Ya he ido adelantando que tienen que ver con la justicia, el sentido, la vida buena, los modos de ser (implicando actitudes vitales). Paso a desarrollarlo ahora.

			

				 1. La referencia más generalizable es la • En primer lugar, la justicia es arraigada firmemente en las experiencias de las injusticias sufridas, ya sea que se vivan en uno mismo o que, vividas por otros, resuenen solidariamente en uno: se reflexiona sobre lo justo a partir de ellas, desde el aliento y la inspiración que se recibe de ellas, también para purificarlas cuando sea necesario. De este modo, esos principios no son abstracciones, tampoco reclamos para meros disfrutes materiales de bienes, recursos y servicios. Son vivencias y realizaciones en las que la injusticia queda vencida y la justicia realizada. Lo cual supone que entran en juego no sólo lúcidos análisis de la realidad y ajustados argumentos racionales, sino también, imbricándose con ello, sentimientos, actitudes, compromisos. • En segundo lugar, la realización de la justicia es afrontada desde su ajustada contextualización en las condiciones sociales que en parte la posibilitan y en parte la dificultan. Lo que hace que sea justicia prudencial, que no es sinónimo de justicia a medias, sino de justicia máxima posible abierta a los riesgos razonables que acrecientan las posibilidades, y atenta a las consecuencias de su puesta en práctica. La sabiduría en la vejez posibilita la intensificación de estos dos rasgos propios de la 'justicia con sabiduría', de la 'sabia justicia'. Respecto al primero -el experiencial-, de modo más inmediato, se construye afrontando las situaciones de injusticia sufridas, tanto por la condición propia de la vejez como por las marginaciones y opresiones intersubjetivas y sociales que se aprovechan de la fragilidad ligada a ella. Se construye también, mostrándose abiertos a la universalidad que la autentifica, desde las solidaridades sentidas, efectivas en lo posible, de las personas mayores hacia quienes, estando en otras etapas de la vida, sufren también graves injusticias: su vivencia de interconexión biológica entre generaciones (padres-hijos-nietos), generalizada, puede ayudar en esto si no se encierra en sí misma. Se construye, por último, desde la memoria de las experiencias de injusticia. La vejez tiene una tensión interna, dolorosa, con la memoria: por un lado, puede ser memoria de toda una vida, de todo lo que la historia personal concentra, en relaciones interpersonales y sociales; por otro lado, la memoria es la capacidad cognitiva que antes empieza a flaquear. Pues bien, esta riqueza de experiencia memorial, adecuadamente trabajada, puede ser también experiencia de justicia memorial, para el presente y para el futuro. Es algo sanador y plenificador para la persona. Algo, también, que puede ofrecer a los demás como aportación. En cuanto al segundo rasgo -el prudencial-, hay que tener presente que uno de los aspectos para ajustar a la realidad las exigencias de la justicia es el de la evaluación de iniciativas pasadas. Y es aquí en donde en la vejez se da una riqueza: tener una larga experiencia personal aporta a esas evaluaciones del pasado la densidad de lo vivido. Es cierto que hay un doble riesgo: el de generalizar indebidamente algunas vivencias personales y el de caer en el pesimismo paralizador de toda apertura a la novedad, en una especie de escepticismo resignado ante el recuerdo de fracasos pasados. En la persona mayor se dará la sabiduría en el ámbito de la justicia cuando sea capaz de poner su experiencia al servicio de esta, no sucumbiendo ante dichos escollos. Será muy positivo para ello que sepa dejarse interpelar por los más jóvenes, lo que, además, le dará razones morales para reclamar ser escuchado por ellos. 2. Respecto al Lo que añade la vejez es, en primer lugar, la experiencia de una praxis de muchos años en torno a esas opciones, con sus vicisitudes, sobre la que, reflexivamente, ese saber está llamado a asentarse. Y están, en segundo lugar, los rasgos propios de la vejez con los que esos mundos de sentido se confrontan vitalmente; en concreto, los ligados al decrecimiento: ¿en qué marcos de sentido vivirlo? Si es asumido lúcidamente, no puede ignorarse su horizonte último, la muerte. La sabiduría es en medida significativa sabiduría ante nuestra condición de mortalidad, abordable a cualquier edad; pero es la vejez la que nos hace 3. Sucede algo parecido en lo que tiene que ver con la Con el paso del tiempo, los proyectos, formando unidad en lo que cabe denominar proyecto vital, se hacen -o no- realidades, con sus aciertos y sus frustraciones, sus gozos y sus sufrimientos. Grabados en la memoria, son una dimensión decisiva de lo que puede llamarse la identidad narrativa personal. Pues bien, lo propio aquí de la sabiduría en la vejez es que el grueso de la vida buena como vida realizada se sitúa no ya en el futuro, sino en el pasado, implica evaluación del pasado personal insertado en múltiples relaciones intersubjeti vas, pertenencias colectivas, estructuras variadas. Es de verdad, cuando se da, sabiduría de experiencia. Y, como tal, es sabiduría en el presente, que forma parte decisiva de la realiza ción de la vida buena, que alienta esta vida buena de cara al futuro, sosteniéndola, por breve que sea su recorrido previsible. Sabiduría que puede ser comunicada a otros. 4. La vida buena no tiene que ver solo con los proyectos que, dominantemente, nos abren al exterior. Tienen que ver también, decisivamente, con la manera como vamos modelando nuestro • Ya Aristóteles dejó asentado que las virtudes expresan la excelencia de nuestro carácter, que son modos de ser en los que hemos retrabajado moralmente nuestros modos psíquicos. Añadía que, ya de cara a las iniciativas, implican disposiciones permanentes para las acciones buenas: quien es, por ejemplo, sereno, tiene la disposición constante hacia la serenidad, incluso ante las dificultades y conflictos. Y aclaraba que la concreción de estas disposiciones, para ser lo mejor en excelencia, debe alejarse de los extremos viciosos, por exceso o por defecto (en el caso de la serenidad, de la incapacidad para la turbación, incluso en circunstancias extremas -vicio por exceso- y de la turbación por circunstancias nimias -vicio por defecto-). • Hoy, en vez de 'virtudes-disposiciones', tendemos a hablar de 'actitudes'. Por un lado, no recogen todos los matices de lo que es la disposición virtuosa; por otro, pueden aplicarse a ámbitos que desbordan a las virtudes en sentido estricto, aunque las impliquen. Será por esta razón la categoría que aquí tendré presente. • Como he ido avanzando, y ya pensando en la sabiduría en la vejez, si es normal que los contenidos materiales de esa sabiduría (de los que aquí he definido sus coordenadas) varíen, incluso notablemente, entre las personas mayores, que varíe en este sentido su sabiduría, la afinidad en las actitudes ante las circunstancias compartidas de la edad, la sabiduría de las actitudes, puede ser mucho más concordante, aunque siempre tenga su sello personal según el carácter psíquico y las circunstancias vividas. Puede, también, ser mucho más relevante. Por eso voy a ahondar en ellas dedicándoles un último apartado.

					

			

								

						

								

						
Las actitudes vitales que se describan aquí pueden, pues, compartirse, en lo fundamental, en proyectos de vejez diversos, en contextos diversos, en singularidades caracteriales diversas, aunque queden coloreadas y en una parte no irrelevante moduladas por todo ello. Son actitudes que maduran y plenifican a la persona mayor, a la vez que consolidan relaciones positivas con las personas de su entorno y con la sociedad en general; es decir, bien asumidas y realizadas, nunca se limitan al espacio de intimidad. Las actitudes que enunciaré y describiré a continuación (que, evidentemente, están lejos de agotar todas las que merecen ser consideradas), van a ser presentadas como expresiones de sabiduría, de saber sostenido y vivenciado, encarnado en la propia identidad, desarrollado y probado en las acciones correspondientes.

			

				 1. Esta sabiduría que reasume así el pasado, no lo considera pasado clausurado. Es pasado que ha generado el presente vivo desde el que se proyecta el futuro por vivir, acortado por la edad, pero futuro. Y es sabiduría que alimenta el modo de vivir este presente y de afrontar su futuro, sabiduría que se acrecienta con el avanzar de la temporalidad, siempre, por tanto, en actitud de aprendizaje, en la medida en que las capacidades lo hagan posible. 2. Precisamente por estas últimas consideraciones, sigue siendo fundamental en la vejez la • Respecto a lo primero, es sabiduría que destaca que lo relevante no es decidir por el gusto de experimentar un autoposicionamiento ante los demás, no es la mera autodeterminación del libre arbitrio, de la euforia psíquica de sentirse independiente. Es la autodeterminación por el bien, por supuesto, y, obligadamente, en lo que afecta a la justicia, pero también, ya sin esa obligación de lo que se impone, en lo que afecta a la plenitud, en los modos de ser de uno mismo y en sus relaciones personales. Es la autodeterminación que se expresa como reconocimiento y efectuación de la interdependencia, de lo que, imbricadamente, recibimos y damos al ejercerla. • En cuanto a la conexión entre discernimiento-deliberación de la decisión y posibilidades de efectuación de ésta, se subraya siempre que toda decisión debe ser acorde con los requerimientos de la prudencia, que no es timoratez, sino osadía lúcida. ¿Nos inclina la edad a la timoratez? Puede. Pero no la edad que ha cultivado la sabiduría memorial que antes se ha descrito: su • Hay además un tercer aspecto que debe ser considerado en la sabiduría de la autonomía en la vejez. Si siempre, incluso en nuestros momentos de más independencia, tenemos dependencias de los demás, en la vejez, como se destacó antes, estas 3. La dependencia es algo más que un factor que aparece a veces condicionando el ejercicio de nuestra autonomía. Es algo más radical: es un rasgo propio de la condición humana. La etapa de la vejez, como ya indiqué, es especialmente adecuada para resaltarlo, para hacerlo una referencia clave de la sabiduría propia de ella, para cultivar la • Somos, siempre, dependientes de los otros (y de lo otro no humano, aunque con otras dinámicas). No sólo porque les necesitamos para afrontar nuestra fragilidad y vulnerabilidad y cubrir nuestras necesidades con las que desarrollar nuestras capacidades, también para ejercer estas últimas, siempre. Es propio de la sabiduría de la vejez considerar la propia vida y detectar esta realidad en toda ella, por oculta que haya podido estar en determinadas etapas. • Esta condición de dependencia revela una disposición básica en nosotros, que modula la propia configuración de nuestro cuerpo y nuestra psique: la de la receptividad de lo que nos llega de los otros y de lo otro, sin lo que no podemos vivir ni desarrollarnos. En su expresión positiva nos adviene como don (aunque también, no hay que olvidarlo, estamos abiertos a recibir el impacto de lo malo). Constatar el enorme alcance de lo recibido, con el agradecimiento correspondiente, es, de nuevo, dimensión de la sabiduría, siempre, pero especialmente relevante en la vejez. Sin que ello deba impedir en nada la mirada crítica sobre la recepción de impactos negativos, que da cuenta de la complejidad de la receptividad, también, por tanto, de la sabiduría en torno a ella. • Desde este punto de partida, reconocer nuestra condición de dependencia implica humildad, en el sentido de aceptación lúcida de nuestra limitación. Pero invita también a abrirse a la positividad de la condición de dependencia. Intrínseca a ésta se da la apertura a la solidaridad fáctica, llamada a concretarse como solidaridad moral, y la relacionalidad de la solicitud con quienes nos atienden en la dependencia, con quienes atendemos en su dependencia (hay muchas personas mayores -mujeres, sobre todo- atendiendo a personas mayores con dependencias más intensas). La persona mayor en la que la dependencia visible se va haciendo marcada está convocada a vivir así, por su parte, esta realidad, apoyándose en una sabiduría de la vida que la fundamente, que, de nuevo, incluya la crítica ajustada si es el caso. • De todo lo antedicho se desprende que nuestra realidad fundamental a lo largo de toda nuestra vida no es la dependencia ni la independencia, sino la interdependencia. Somos seres con dependencias (que reclaman ayuda, necesitados de recibir apoyos) y con capacidades (que pueden ofrecerla, que pueden dar esos apoyos). Imbricadas entre nosotros, e incluso dentro de nosotros, se plasman en una solidaridad fáctica de interdependencia que tenemos que desarrollar como solidaridad moral. Luego, en la concreción de nuestras interdependencias hay variaciones a lo largo de la vida de cada uno. En nuestras relaciones de interdependencia, en unas ocasiones nos corresponde más recibir que dar, en otras, más dar que recibir. Aunque si, como debe ser, incluimos bienes inmateriales, las fronteras se diluyen y la cuantificación se nos escapa (la solidaridad nos pide que ni la intentemos). Debiendo saber además que en el sustrato de lo que damos hay mucho de recibido. Toda persona mayor, meditando en su propia vida, esto es, cultivando la sabiduría, percibirá manifiestamente la consistencia de estas afirmaciones, aunque al aplicarlas a su realidad vital pueda hacer un balance más o menos positivo. 4. En la sabiduría descrita, que purifica y ajusta el ejercicio de la autonomía, hay una perspectiva que, aunque implícita en lo dicho, conviene destacar para aplicarla a la sabiduría en la vejez: la de la vivencia de ella desde la motivación y el horizonte de la autenticidad, la Al realizar lo que decidimos libremente nos autodeterminamos, hacemos que lo ejecutado pase a asignarse al sujeto que somos, pase a formar parte de lo que somos porque así lo hemos decidido; no todo, pues también somos lo que nos han aportado -y a veces impuesto- los otros y la realidad en general sin que previamente lo hayamos solicitado, que, así, nos hetero-determinan. Pero centrémonos de momento en nuestras autodeterminaciones. En ellas son relevantes los motivos y fines: ¿por qué y para qué he decidido y he hecho esto y lo otro? Y es aquí donde entra la autenticidad. Dando, por supuesto, que asumo los deberes de respeto a la dignidad de todos, puedo decidir, en su conjunto, en función de mis gustos y deseos espontáneos, o en función del logro de lo valorado socialmente, o en función de que sea valorado por los otros. O bien puedo decidirme en función de aquello que, teniendo presentes los horizontes de sentido y de valor consistentes, así como mis capacidades, mis formas de ser y mis contextos, me siento algo así como llamado a ser y a hacer, hasta el punto de que considero que me traiciono a mí mismo si me autodetermino en otra dirección. Es esta última opción la que marca el ejercicio de la autonomía con el sello de la autenticidad, del ser yo mismo. La experiencia de la vida muestra que es la opción más rica y valiosa, la que no nos frustra. Pues bien, la vejez puede ser la edad por antonomasia en que se aprecie y se exprese esta experiencia y esta valoración, ya sin presiones para cumplir expectativas de otros -logros sociales, etc.-. Cuando nos preguntamos qué hemos hecho en nuestra vida hacia los demás, qué hemos hecho de nosotros mismos, las respuestas que nos satisfacen son las que realizan, con limitaciones inevitables, la autenticidad. Por eso, es la vejez la etapa en que esta sabiduría de la autenticidad, llamada a hacerse presente a lo largo de la vida, puede alcanzar su clarividencia plena, incluso su culminación. No sólo celebrando los avances en ella que hemos ido consiguiendo, también asumiendo, a la vez crítica y compasivamente, los fracasos pasados. Sabiduría, evidentemente, a la que testimonialmente se puede invitar a otros. 5. Acabo de apuntar que también nos (hetero) determina lo que se nos impone: en nuestra condición de humanos en unos casos, en nuestra singularidad personal en otros. También en ello hay implicada una sabiduría, especialmente relevante en la vejez: la El momento previo de esta sabiduría es el del discernimiento, en una doble dirección. En la primera, la pregunta es: ¿lo que parece imponérseme, se me impone de verdad?; ¿se me impone total o parcialmente? En la medida en que queden espacios para la libertad y la iniciativa transformadoras, me corresponde hacerme cargo de ellos responsablemente. En la segunda dirección la cuestión es otra: eso que se me impone, ¿debe ser juzgado positiva o negativamente?; lo malo de él ¿es atribuible a causación humana libre o a otra causación? Evidentemente, la sabiduría del consentimiento ¿Cabe ir más allá en la rebelión, rechazar la muerte misma, en los dos casos, la muerte que nos advendrá, la condición humana de mortalidad, por más que sepamos que fácticamente es inútil? Evidentemente, se nos imponen también muchas más cosas, vivenciadas como negativas, dolorosas, limitantes que no llegan a este dramatismo. Ante todas ellas, la sabiduría aquí propuesta nos encamina al De nuevo, la vejez, con su decrecimiento y con enfermedades que pueden estarle asociadas, es una etapa especialmente propicia para culminar el cultivo de esta sabiduría. La larga experiencia vivida ayuda a hacer con lucidez y justeza los discernimientos previos que precisa para delimitar su campo y facilita el cultivo de las actitudes que tienen que acompañar al consentir: conciencia de los propios límites, de los callejones sin salida de ciertas rebelio nes, de las fecundidades del consentir, etc. El propio envejecimiento progresivo es un espacio en el que ir poniendo en práctica esta sabiduría, en el que ir mostrando su consisten cia; también sus dificultades, ante las que la persona mayor puede sucumbir, no tanto, habitualmente, en forma de rebelión sostenida cuanto de depresión. En el consentir que damos cuenta mucho, además, el sentido de la vida y de la realidad que vivenciemos -no meramente que confesemos-, de manera especialmente intensa, ante la muerte, 6. Una sabiduría que tiene conexiones con el consentir -sin que sea lo mismo- y que es igualmente relevante en la vejez es la En nuestra actual cultura de la inmediatez a la que ya hice referencia, que nos empuja a conseguirlo todo con la máxima rapidez, la paciencia, con el sufrir en pasividad que evoca, es una virtud contracultural. Esa cultura pretende forzar constantemente a los otros y a lo otro para que se ajusten con prontitud a nuestros deseos. La paciencia, en cambio, frente a ciertos tópicos que la denigran no comprendiéndola, es la virtud que reconoce, respeta y acoge el tiempo necesario de y para cada realidad -para uno mismo, para los otros, para las realidades no humanas-, el tiempo ajustado a ella. Cuando tiene que ver con los otros, reconoce ese tiempo de los otros que tiene presentes sus limitaciones personales y sus contextos, es virtud del respeto empático. Cuando tiene que ver con nosotros mismos, es algo parecido, sólo que ahora fortalece la voluntad para la perseverancia necesaria, para la espera, para la aceptación de lo incambiable (conexión con el consentimiento). Pues bien, decía, para la persona mayor la duración de la vida vivida, Insisto en esto último. El presente de la vejez, con su dinámica de decrecimiento y de dependencia, es un nuevo reto para la paciencia de la persona mayor: consigo mismo, con quienes le cuidan, con una realidad no humana que no se le 7. Hay una expresión de la sabiduría que complementa y hace más fáciles y fecundas estas sabidurías del consentimiento y la paciencia: la Es sabiduría que, como todas, incluye un discernimiento respecto a aquello a lo que nos apegamos. A través de él distinguiremos lo que hay de mal intrínseco en el objeto de apego, que como tal tenemos que rechazar, y lo que hay de malo no en él, sino en el dominio que ejerce sobre nosotros, en la dependencia insana que nos crea, que es propiamente lo que nos corresponde desechar. Un desapego así es fuente no sólo de libertad, sino de aprecio, ajustado a lo que es, de aquello de lo que nos desapegamos. Si este 'aquello' es, además, una persona, es condición básica de posibilidad de una relación real entre libertades. Un desapego así facilita también formular y vivir una adecuada jerarquía de valores, implicada en las mismas dinámicas de discernimiento del desapegarse. Piénsese en un desapegarse del automóvil que aprecio, de la bebida, del dinero, del trabajo, de una obra que he creado, de relaciones afectivas que me atenazan (y atenazan), de la causa solidaria por la que trabajo, de mi propia vida que me angustia perder, etc. No nos será difícil percibir que las diversas realidades a las que estábamos apegados no tienen la misma densidad de valor, que el apego hacía que su valor quedara deformado (en unas ocasiones exagerado, en otras mancillado), que el desapego facilita poner a cada valor en el lugar que le corresponde y hace posible la acogida que se merece (no se olvide que, tratándose de personas, el apego daña a quien se apega y a aquél de quien se apega). Estas dinámicas valorativas nos muestran, además, que, si en el desapego no hay en sí menosprecio, tampoco hay, en quien se desapega, indiferencia. ¿No nos sugiere todo esto que la 8. Las expresiones de sabiduría consideradas hasta ahora se han mostrado en su conjunto centradas en el sujeto, aunque impliquen intrínsecamente desbordamiento de ese centramiento a través de su proyección a los demás. Es algo inevitable por la perspectiva asumida. Pero es importante no ignorar que es una perspectiva precisada de su dialectización con la perspectiva heterocentrada. También en la vejez, en la que el decrecer puede estar acompañado de temores y añoranzas que nos vuelcan sobre nosotros mismos, ya de forma duramente autocentrada. Cultivar, por eso, también en esta etapa, el sentido de la justicia y expresarlo en las obras cívicas de las que se siga siendo capaz, es fundamental. Hay, de todos modos, una vertiente de esta sensibilidad que puede ser especialmente adecuada para la última etapa de nuestra vida que, expresada como sabiduría, denominaré Lo más propio de la compasión es que se expresa como responsividad a la receptividad del sufrimiento del otro, que nos impacta. En cuanto impacto que recibo, es un con-padecer, un 'sufrir con' el otro que sufre, un sentimiento alentado por el otro con su propio sufrir -'siento compasión'-, que me revela así una solidaridad básica con él. En cuanto respuesta, motivada y orientada por ese impacto recibido, esto es, en última instancia por el otro, que activa mis fondos de bondad, es un efectivo La compasión tiene algo de espontaneidad, pero se acrecienta y purifica cuando es cultivada, cuando, en concreto, se cultiva la mirada que sabe ver el sufrimiento de los demás. Y es desde aquí desde donde se la puede relacionar expresamente con la vejez, como sabiduría en la vejez. La persona mayor ha acumulado experiencias de sufrimiento de los otros, muy cercanas y personalizadas unas, menos cercanas y más generalizadas otras. Ha tenido múltiples ocasiones de cultivar y practicar la sabiduría de la compasión. Ha podido constatar, además, que esos sufrimientos de los otros eran a veces causados intencionalmente por sus semejantes; que, en otras ocasiones, la causación del dolor no era responsabilidad humana; que, en otras, eran las propias flaquezas y limitaciones de la persona las que motivaban su sufrimiento. Ha podido distinguir moralmente y ha podido compadecer, aunque le toque también reconocer sus fallos. Tiene la experiencia de haberse experimentado a sí mismo con los defectos y torpezas causantes de dolor, lo que le ayuda a la comprensión a la vez lúcida y empática de los demás. Todo ello hace que la compasión en la ancianidad pueda ser especialmente sentida y purificada, incluso si se encuentra con limitaciones para respuestas efectivas hacia quienes sufren. Por otro lado, la compasión sólo es auténtica cuando quien compadece a quien es frágil y por eso ha podido ser herido, se reconoce él a sí mismo como frágil, vulnerable, sufriente potencial, abierto, por tanto, a recibir la compasión que responsivamente ofrece. Pues bien, la vejez nos pone en una situación en la que nuestra vulnerabilidad no es algo que confesamos alegremente desde la autosuficiencia mientras no nos afecta relevantemente, es algo que experimentamos en el día a día, con frecuencia en forma creciente. La persona mayor que compadece, por poca lucidez que tenga, se sabe llamada a recibir respuestas compasivas, a acogerlas, a reconocer humildemente que necesita del otro. Completa así, ahora desde esta perspectiva personal, la Concluyo ya: la vejez, para muchos, es hoy no sólo la última etapa de la vida, es también una etapa larga en años. Vale la pena, personalmente, darle la consistencia suficiente como para vivirla, incluso en las carencias, de forma que nos colme. Vale la pena, socialmente, que no sea percibida como algo residual que se margina sutil o descaradamente. En este caso no sólo se comete una injusticia, se menosprecia algo vivo y fecundo para la sociedad, incluso cuando le toca acoger las limitaciones de las personas mayores. Remitirse a la sabiduría en la vejez puede ser una de las vías para concienciarse sobre ello.

					

			

								

						

								

						
Arteta, Aurelio, (Barcelona: Ariel, 2015).
Arteta, Aurelio, (Barcelona: Taurus, 2018)
Cicerón, , Madrid, Tal-vez, 2005.
Etxeberria, Xabier, (Madrid: Catarata, 2020)
Nussbaum, Martha y Saúl Levmore, (Barcelona: Paidós, 2018).
Abordar la cuestión de la sabiduría en la ancianidad viene de lejos. Baste recordar la clásica reflexión de Cicerón, , Madrid, Tal-vez, 2005.Cicerón,